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miércoles, 28 de noviembre de 2012

Nueva Crítica para Cosmopolis - Robert Pattinson

Se ha descrito a la obra original de Don DeLillo como una novela “infilmable”, llena de diatribas filosóficas que difícilmente harían de una cinta algo accesible. Pero lo mismo se dijo de El almuerzo desnudo (Naked Luch, 1959), de Burroughs. Cronenberg supo tomar el material casi abstracto y transportarlo a la imagen en movimiento. El body horror eXistenZ (1999) es otra prueba de la pericia de este fascinante director por transmitir, y transmitir bien, un dificultoso guión. Con Cosmópolis sucede lo mismo: una lúgubre traducción del texto al arte visual, aunque conteniendo aun los diálogos casi impenetrables. Cronenberg la presenta de una forma bastante sutil y enigmática; todo esto aunado a la sorpresa de la cinta (y quizá del año): la actuación de la comidilla de los tabloides, Robert Pattinson.

La película sucede a lo largo de un solo día, mayormente al interior de una limusina blanca que atraviesa Manhattan para llevar a Eric Palmer (Pattinson), un millonario, a un corte de cabello al otro lado de la ciudad. Palmer y su vida parece ser una versión en microcosmo de la crisis económica que afectó a Estados Unidos hace tan sólo unos años: su problema es la decaída del yuan chino y se encuentra constantemente paranoico ante la situación. Pero eso no le impide darse el lujo de cruzar la ciudad para un corte de cabello (o haircut, que también tiene connotaciones de economía). A lo largo de su trayecto, entre protestas tipo Occupy Wall Street, se encuentra, dentro de su transporte, a varios personajes que ayudan a definir al personaje de Palmer en diferentes maneras: Michael (Philip Nozuka), su agente administrativo; Shiner (Jay Baruchel), su gurú en tecnología; su amante, interpretada por Juliette Binoche; su esposa Elise (Sarah Gordon), con quien habla de cosas triviales y tiene incómodos encuentros a lo largo del día; además de su propio guardaespaldas Torval (Kevin Durand) y la climática aparición de Paul Giamatti como un subordinado que fue despedido por la compañía de Palmer y ahora busca retaliación.


Palmer es la viva imagen del colapso emocional y social; no parece interesarse en la gente por ser muy ingenua, cree que lo sabe todo, pero como se lo habrán saber al final, su entendimiento de la condición humana es errónea. Deambula por las calles y locales de Nueva York sin propósito alguno. Aunque nos dice que se dirige a una estética (y eventualmente llega a ella), no parece tener prisa y se distrae con las visitas que suceden dentro de su limusina más las ya mencionadas divagaciones filosóficas. La manera de Pattinson de interpretar a Eric como un yuppie sin aprecio por los demás y su equivocada concepción de ellos, es de tal manera única que no parece ser el mismo que se hizo famoso en las cintas de vampiros que brillan como diamantes.

Lo surreal de esta odisea emocional es capturada por la pulcra fotografía de Peter Suschizky, que además de mostrarnos el confinado mundo de Eric (su amplia limusina) como un espacio infinito, encuadra a sus huéspedes desde una perspectiva que nos hace pensar que estamos en un sueño o en la misma psique de los personajes.

Cosmópolis carece de motivo y razón aparente, al igual que las intenciones de Palmer. Se nos bombardea con este diálogo de fuerte y profundo significado que tomará más de un vistazo para poder ser descifrado. La cinta es bizarra en contenido (véase la escena de la revisión de próstata dentro del auto), cargada con subyacente erotismo y violencia fortuita. El filme de Cronenberg parece una mezcla de varios temas y significados de tal homogeneidad que la hacen densa y pesada.

Al final son la destreza del director de Cuerpos invadidos (Videodrome, 1983) de manejar atractivamente el material original –por más ininteligible que sea– y el magnetismo de Pattinson los que hacen de la cinta algo hipnótico y atrayente.

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