On the Road, quema, quema, quema ! por Chris Barsanti
Tenemos que encontrar por nosotros mismos algunos puntapiés
En la adaptaciónn del famoso y voluble libro de Jack Kerouac On The Road, Walter Salles ha conjurado una película que es fiera y serena, siempre mirando al horizonte mientras ahonda en la belleza del aquí y ahora. Esta no es una proeza pequeña. Salles hizo The Motorcycle Diaries, la única otra película genial de carretera de la memoria recente, pero añun así, hay muchas formas de que una película de Kerouac se hunda (mirad The Subterraneans), y esta las evita practicamente todas ellas. Quizás deja demasiado del lenguaje cinético del libro en el suelo; esta es una historia sobre las palabras tanto como lo es sobre el movimiento, la carretera. Pero como estos soñadores, quemados y frustrados trotamundos que regresan adelante y atrás a través de América en busca de lo que no sabes, la poesía ahumada de sus amplias vistas y el murmullo urbano del clamor proviene de un puntapié, de un verdadero puntapié.
El doble de Kerouac, Sal Paradise (Sam Riley, que encuentra una variación muy bonita de un artista condenado que él previamente inhabitó como Ian Curtis en Control), un autor en potencia viviendo en el apartamente de su madre en Queens a finales de 1940s. Él es el compañero y amigo de su efisivo, alternativo y afligido-y-en-pánico amigo poeta Carlo Marx (Tom Sturridge), un retrato nada encubierto de Allen Ginsberg. Y juntos, son seducidos por la presencia volcánica de Dean Moriarty (Garret Hedlund), un hombre como un cohete que llega desde Denver y es descrito por la narración estridente y amanerada de Sal (que suena como la prosa bop espontánea emocionada, pero que es en realidad una toma decente de la voz de Kerouac) que ha pasado "una tercera parte de su tiempo en una sala de billar, una tercera parte en la cáscel y una tercera parte en la libreria pública".
Dean - un título para su obsesión en la vida real, Neal Cassady - también está buscando salir de Nueva York y volver a San Francisco con una chica a remolque, Marylou (Kristen Stewart, saliendo de su zona de confort sólo ligeramente), y una mujer con la que casarse en el otro lado, Camille (Kirsten Dunst). Sal hace autostop hacia el oeste con su libreta, empezando el barullo de la película de cruzar el país viajando y observando noches ingiriendo Benzedrine.
El resguardado y tímido Sal (un canadiense que habla un francés aflautado con su hosca y prepotente madre, ocultándose poderosamente en su subconsciente) está totalmente preparado para aferrarse a un guerrero como Dean. A Sal no le importa que Dean conduzca como un murciélado salido del infierno, y en las escenas más largas en la carretera, Sam hace bastante de su mejor trabajo, creando pequeños poemas visuales saliendo del modelo de la lluvia en el parabrisas y la charla interior.
Aún así, Dean es una criatura extraña. El Dean del libro era un motor-desbocado conectado a la vida que nunca usaba una palabra cuando 15 lo harían. Hedlund le interpreta con una clave baja, con una voz profunda y un estilo más deliberativo, a veces pareciendo casi letárgico. Pero sigue siendo magnético, haciendo pedazos la carretera, encadenando los cigarrillos, y apareciendo desnudo en un montón de pisos con agua fría (durmiendo con cada mujer con la que se encuentra, incluso engatusando a un semi-protestante Carlo de 3 maneras). Él es un vagabundo hermoso que Sal no puede dejar de admitir que le ama, a través de un apretó y un abrazo y colegueo profundo que hay en los ojos de cada uno en más de una ocación. )No por nada vemos a Dean leyendo Swann's Way). Que él defraudaría a todo el mundo eventualmente es algo predestinado.
A parte de Dean, sólo la versión de William S. Burroughts de Kearouac, el viejo toro Lee (Viggo Mortensen, acercándose a las cadencias afeitadas y los aires de desolación aristocrática de Burrought) parecen ser capaces de separarse de la tormenta que se arremolina. En un pequeño interludio durante otra larga conducción, Sal, Dean y la cuadrilla de Bull aislados en Lousiana, donde sus pistolas empaquetadas son un sucedáneo del padre sentado en el porche en una silla, con huellas rojas de jeringuillas en su brazo. Al contrario que Carlo, Sal y Dean, Bull es el escritos que no habla sobre ello.
Su diferencia se hace clara en cómo la escritura dirige On The Road. Demasiados intentos de dramatizar o explicar la generación Beatnik americana, intentando fijarse en sus deseos artísticos. Como un subconjunto de las categorías nunca-expandidas del siglo 20 de los tipos contraculturales, los beatniks normalmente se retrataban como poetas y novelistas, pintores y músciso (al contrarío, dicen, de los punks i hippies, definidos por su moda y actitud). La película parece seguirlo a pies juntillas: toto dl mundo aquí (los hombres, al menos) quieren escribir, y les está matando que las palabras no vengan fácilmente. Pero lo que la película entiende es que mientras On The Road es una novela sobre intentar escribir una novela (o más correctamente, intentar encontrar un tema suficientemente bueno para una novela), también va sobre cómo la vida se mete en el camino.
La vida que Salles y el guionista Jose Rivera han capturado aquí es una narración al azar, de hombres jóvenes lanzándose a sí msimos relajadamente a los espacios americanos geniales. Sal deambula con un propósito, hambriento de experiencia con la que alimentar su novela en potencia. Él recoge algodón con trabajadores inmigrantes, conduce desesperado y con muchas dificultades en una tormenta de nieve, y vive la la mano-a-la-boca y de apartamente en apartamente de una manera en la que él no hubiese podido hoy en día. El pasa al lado de una cartelera para el desarrollo de una casa, prometiendo un tren suburbando anodino y regularizado en el futuro. dean y él se pierden a sí mismos tomando abiertamente píldoras de Benzedrine y brindando por las noches.
Aunque la película de Salles ignora demasiado de la verborrea de Kerouac y la verdadera velocidad maníaca de Dean, también reconoce la energía de la novela y su tragedía. Eventualmente el coche se quedará sin gasolina, y todo el mundo volverá por la noche, resplandeciendo con recuerdos pero también un poco tristes y muy solos.
Puntuación:
Fuente : Pop Matters
We Gotta Find Ourselves Some Kicks
In adapting Jack Kerouac’s famously skittish book On the Road, Walter Salles has conjured a movie that’s raging and serene, always looking over the horizon while grooving on the beauty of the here and now. This is no small feat. Salles made The Motorcycle Diaries, the only other great road film of recent memory, but still, there are many ways for a Kerouac film to go bust (see The Subterraneans), and this one avoids nearly all of them. Maybe it leaves too much of the book’s kinetic language on the floor; this is a story about words almost as much as it is about movement, the road. But as these burning, dreaming, and frustrated wanderers blast back and forth across postwar America in search of what they don’t know, the smoky poetry of its wide vistas and clangorous urban buzz provide a kick, a true kick.
Kerouac’s stand-in is Sal Paradise (Sam Riley, finding a nice variation on the doomed artist he previously inhabited as Ian Curtis in Control), a would-be author living in his mother’s apartment in Queens at the end of the 1940s. He pals around with his alternately effusive and panic-stricken poet friend Carlo Marx (Tom Sturridge), a not-at-all veiled portrait of Allen Ginsberg. And together, they’re entranced by the volcanic presence of Dean Moriarty (Garrett Hedlund), a bottle rocket of a guy who blows in from Denver and is described by Sal’s raspy and mannered narration (which sounds affectedly be-bop-ish, but is actually a decent take on Kerouac’s speaking voice) as having spent “a third of his time in the pool hall, a third in jail, and a third in the public library.”
Dean—Kerouac’s handle for his real-life obsession, Neal Cassady—is already looking to get out of New York and back to San Francisco with one girl in tow, Marylou (Kristen Stewart, getting out of her comfort zone just slightly), and a girl to marry on the other side, Camille (Kirsten Dunst). Sal hitchhikes out West with his notebook, starting the film’s racketing volleys of cross-country travel and bleary-eyed Benzedrine nights.
The sheltered and shy Sal (a Canadian who speaks a reedy French with his dour and disapproving mother, lurking powerfully in his subconscious) is wholly ready to latch on to a scrapper like Dean. Sal doesn’t care that Dean is all about the hustle (“He was conning me and I knew it, and he knew that I knew it”). It helps his appeal that Dean drives like a bat out of hell, and in lengthy scenes on the road, Salles does some of his best work, creating little visual poems out of the patter of rain on the windshield and the chatter inside.
Still, Dean is an odd creature. The Dean of the book was a motor-mouthed live wire who never used one word when 15 would do. Hedlund plays him in a lower key, with a deeper voice and more deliberative style, at times seeming almost lethargic. But he remains magnetic, tearing up the highway, chain-smoking, and crashing naked through a variety of cold-water flats (sleeping with every woman they come across, even cajoling a semi-protesting Carlo into a three-way). He’s the beautiful drifter whom Sal can’t quite admit he loves, though they grip and hug and peer deeply into each other’s eyes more than once. (Not for nothing do we see Dean reading Swann’s Way.) That he will let everybody down eventually is preordained.
Besides Dean, only Kerouac’s version of William S. Burroughs, Old Bull Lee (Viggo Mortensen, approximating Burroughs’ razorblade cadences and air of aristocratic desolation) seems able to stand apart from the whirling storm. In a brief interlude during yet another long drive, Sal, Dean, and the gang pop into Bull’s secluded house in Louisiana, where their pistol-packing surrogate father smack-dozes in a chair, syringe tracks red on his arm. Unlike Carlo, Sal, and Dean, Bull is the writer who doesn’t talk about it.
His difference makes clear how writing drives On the Road. Too many attempts to dramatize or explain the Americanus beatnik genus tend to zoom in on their artistic desires. As a subset of the 20th century’s ever-expanding categories of countercultural types, the beatniks usually portrayed as poets and novelists, painters and musicians (unlike, say, punks or hippies, defined by their fashion and attitude). This movie appears to follow suit: everybody here (the men, at least) wants to write, and it’s killing them that the words don’t come easier. But what this film understands is that while On the Road is a novel about trying to write a novel (or more accurately, trying to find a subject worthy of a novel), it’s also about how life gets in the way.
The life that Salles and screenwriter Jose Rivera capture here is one of random happenstance, young men throwing themselves loose into great American spaces. Sal wanders with a purpose, hungry for experience to fuel his novel-to-be. He picks cotton with migrant workers, desperately hitches rides in a snowstorm, and lives hand-to-mouth and apartment to apartment in that way he never could today. He walks past a billboard for a housing development, promising a bland and regularized suburban future. He and Dean lose themselves in roaring reveries at jazz shows (this being the rare film that treats jazz like rock and roll, vivid and raw), banging open Benzedrine capsules and toasting the night.
Though Salles’ film ignores too much of Kerouac’s verbosity and Dean’s truly manic speed, it also recognizes the novel’s energy and tragedy. Eventually the car will run out of gas, and everyone will turn in for the night, glowing with memory but also a little sad and very alone.
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